viernes, 1 de julio de 2016

Como un X-Men

Viernes por la mañana. Despertador gritando que me levante.
Apenas puedo abrir un ojo, que con un ángulo de 360° busca el sonido amplificado del celular para poder, de un latigazo, deshacerme de él.
Sorteado ese problema, por algún motivo que aún no controlo, aumento la gravedad bajo mi cuerpo haciendo casi imposible levantarme de la cama. Poco a poco el espacio tiempo va tomando su tradicional forma de plano y permite a mi cuerpo comenzar a inclinarse sobre la cama. De forma instantánea y nuevamente aún no controlada conscientemente, una vez que salgo del capullo formado por la noche, la temperatura ambiente baja drásticamente hasta casi quebrar mi piel. Rutina desayuno y salida hacia el trabajo. Ya camio a la estación, mis extremidades cambian su densidad, haciendo dificultosa su movilidad y lentizando mi andar. Faltando algunas cuadras para ingresar a la oficina, me doy cuenta que mis brazos siguen aferrados a la puerta de entrada de mi casa, y mis pies, ya con densidad rocosa, concentran un peso tal que hunden el asfalto paso a paso. Al tocar el timbre de ingreso, de forma inmediata se extienden unas alas que surgen de mi espalda. No aletean. Se mueven. Se repliegan. Quedan pegadas a mi espalda. Comprueban su fuerza para hacerme elevar, pero no lo hacen. Saben que llegado el momento, podrán cumplir su objetivo. La puerta se abre, la densidad de mi cuerpo vuelve casi a la normalidad, pero las alas siguen ahí. Ellas saben... ellas saben... Quedan replegadas, escondidas, ya cumplirán su objetivo. Ellas saben...

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