viernes, 21 de octubre de 2016

Apocalibrio


El supuesto final había llegado. Muchos lo anhelaban, otros le temían, pero convertido en realidad todos luchaban por sobrevivir. El virus de laboratorio mutó, los extraterrestres nos invadieron, los zombies estaban por doquier... nada de eso ocurrió. Lo que pasó fue más mundano aunque no por eso deja de parecer ciencia ficción. Algo hizo despertar la conciencia de toda la vida sobre la tierra. El instinto de supervivencia consciente ya no era sólo humano, sino que le pertenecía a todo ser viviente. Los animales comenzaron a atacarnos sin razón aparente. Los barcos pesqueros caían ante ballenas desbocadas, los safaris africanos eran irremediablemente atacados por rinocerontes, elefantes, leones.... Comenzó el problema en los campos, ya que los feedlots se volvían inmanejables, ya que las vacas no querían quedar encerradas. La industria de la carne se vio severamente afectada.  Se reportaron casos de todo tipo de animales atacando humanos. La vida como se la conocía había terminado. La gente vivía encerrada y debía salir a buscar víveres abandonados o cazar su propio alimento. Los animales se organizaron en comunidades, y pudo verse un nuevo orden en ellos. Parecían civilizadas poblaciones, si dicho término pudiera aplicarse a la fauna mundial. Inesperadamente, los primeros en hablar fueron los más viejos, los más sabios... los árboles. La matanza en contra de las especies animales a nivel planetaria había sido tal, de parte de los humanos, que la madre tierra otorgó en un par de años lo que los hombres obtuvieron en millones: la conciencia. Ese momento fue llamado "el despertar", y ocurrió en todos lados. Los árboles lo sabían hacía tiempo, pero no les era posible comunicarlo. El primer nacido con la capacidad de hablar se llama Yahanor, y aún vive entre nosotros. La idea de la madre tierra nunca fue extinguirnos, sino dejarnos claro que no somos dueños de ella y hacernos recordar el respeto por la naturaleza que habíamos perdido. 

-¿Esto es el fin?.
Preguntaron a Yahanor
-En absoluto. Respondió.
-Es el comienzo de un nuevo equilibrio.

viernes, 1 de julio de 2016

Como un X-Men

Viernes por la mañana. Despertador gritando que me levante.
Apenas puedo abrir un ojo, que con un ángulo de 360° busca el sonido amplificado del celular para poder, de un latigazo, deshacerme de él.
Sorteado ese problema, por algún motivo que aún no controlo, aumento la gravedad bajo mi cuerpo haciendo casi imposible levantarme de la cama. Poco a poco el espacio tiempo va tomando su tradicional forma de plano y permite a mi cuerpo comenzar a inclinarse sobre la cama. De forma instantánea y nuevamente aún no controlada conscientemente, una vez que salgo del capullo formado por la noche, la temperatura ambiente baja drásticamente hasta casi quebrar mi piel. Rutina desayuno y salida hacia el trabajo. Ya camio a la estación, mis extremidades cambian su densidad, haciendo dificultosa su movilidad y lentizando mi andar. Faltando algunas cuadras para ingresar a la oficina, me doy cuenta que mis brazos siguen aferrados a la puerta de entrada de mi casa, y mis pies, ya con densidad rocosa, concentran un peso tal que hunden el asfalto paso a paso. Al tocar el timbre de ingreso, de forma inmediata se extienden unas alas que surgen de mi espalda. No aletean. Se mueven. Se repliegan. Quedan pegadas a mi espalda. Comprueban su fuerza para hacerme elevar, pero no lo hacen. Saben que llegado el momento, podrán cumplir su objetivo. La puerta se abre, la densidad de mi cuerpo vuelve casi a la normalidad, pero las alas siguen ahí. Ellas saben... ellas saben... Quedan replegadas, escondidas, ya cumplirán su objetivo. Ellas saben...